Soliloquio de una taza de café

Salí de la alacena a las cinco cuarenta y cinco de la mañana. No sé por qué tras el café soluble puse leche sobre mi lomo, como si fuera un burro cargado de cántaros que viene de un río, y luego añadí algunos sobres de azúcar light. Me puse frente al ventanal que da al malecón para mirar el mar, pero no se veía nada porque aún no amanecía y además estaba lloviendo. Levanté el libro de viejas poesías y dejé caer en voz alta las palabras, sin encontrar sentido repetí dos o tres veces sólo por el placer insano del sonido, como monedas que caen en el mostrador limpio de un mesón, del mesón que está frente al mar, en el malecón.

No amaina. Y me corre ya cierta desesperanza de estar en una mesa del mesón con mi libro a un costado como mujer recién creada, y un pitillo de los que abandonan los ilustres lectores de filosofía, y las migajas del pan que desmoronan con sabiduría las putonas bien nacidas. No amaina y mi lomo siente el jugo de su pesada carga.

Vuelvo a leer en el libro de poesías. Dice cosas sobre besos inolvidables y sobre bocas de grana. Y sonrío. Río de verdad con ganas esquizofrénicas que exudan mi contenido. Y lloro de verdad, de pronto, catárticamente, de tantas tazas de café guardadas, de tantas bocas sabidas y de las bocas que hoy, si no amaina, habré perdido sin oportunidad de encontrar de nuevo sorbiendo mi alma en tragos lentos, con la lengua restregándose suavemente en los labios cuasi cerrados, rompiendo el sello de la honrada virginidad del café que sirven en el mesón, en ese mesón donde huele a transaccionales tertulias y librescos pitos, cuya irreverencia por las leyes públicas y los letreros que, dicen las malas lenguas, manda poner la autoridad sana y democrática del nuevo México es notable aunque pueril.

¡Qué voy a saber yo de sanidad! Toda la vida camino a prisa cargada la espalda con el café descafeinado que parece mujer deshidratada y anoréxica. Quizá por eso hoy he recurrido a la madre de todas las resignaciones y he puesto un golpe de leche en el alma negra soñando que llegaré al mesón.

Por lo menos el sol ha salido y el mar comienza a venirse como un rumor de bocas y de tragos de un buen café mundano.